sábado, 12 de diciembre de 2009

El Enemigo

Mi vida ha transcurrido a lo largo de cuatro papados de la iglesia católica: Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI, sin embargo, de los actos de Pablo VI no tengo ningún recuerdo porque murió siendo yo todavía un niño pequeño, y el período de Juan Pablo I fue tan corto que apenas tuvo tiempo de sentarse en el trono y ponerse la tiara papal.

A Juan Pablo II lo recuerdo como un hombre cercano al pueblo, de actitud conciliatoria, pacifista, misericordioso y compasivo. En contraste, Ratzinger es pura y simplemente un hijo de puta. Esta es la opinión que me he formado al ver la posición que tiene o ha tenido el personaje en años pasados en relación a temas como la pedofilia, el aborto y la homosexualidad.

En relación al tema de la pedofilia, Ratzinger es famoso por haber encubierto los abusos sexuales a menores cometidos por sacerdotes católicos en Estados Unidos. Siendo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, comunicó por carta a los Obispos que debían mantener en secreto cualquier investigación interna sobre abusos sexuales cometidos por sacerdotes a menores y se abrogaba el derecho a decidir si el sacerdote abusador sería juzgado por un tribunal de sacerdotes dentro del seno de la iglesia.

Dejando aparte el hecho de que la legislación norteamericana es ridículamente estricta en relación al sexo con y entre menores de 18 años, lo que es destacable es que un funcionario de la iglesia católica se sienta con atribuciones y jurisdicción para juzgar hechos al margen de las leyes de cada país y que utilice a la iglesia como mecanismo para facilitar que las personas que han cometido delitos se escapen de enfrentar a la justicia y queden al amparo del Vaticano, de donde no pueden ser extraditados.

Sobre el tema del aborto, la posición de Ratzinger es ésta: que el aborto es un delito y que cualquier político católico que esté a favor y vote por de su despenalización —incluso la despenalización parcial, condicionada y dentro de ciertos plazos— será excomulgado.

A mí me encantaría que me excomulgaran de la iglesia católica, pero lamentablemente no es posible. Cuando yo nací mi papá se opuso rotundamente a que la familia me obligara a asociarme, sin ser yo consciente y sin mi consentimiento, a una organización religiosa. Así fue como pasé del bautismo hasta la edad de 9 años, edad en que finalmente mi madre logró, mediante muchas manipulaciones, que me bautizaran. Cuando mi madre vino con el cuento de la hostia ya yo tenía cojones para negarme, así que nunca comulgué, y por tanto no pueden excomulgarme.

Por otra parte, conozco casos de personas que, siendo católicos, comprenden y aceptan que existen circunstancias en las que es preferible suspender el desarrollo de un embrión o feto y están, en consecuencia, a favor de las leyes que eliminan la punibilidad del aborto (en esos casos y dentro de ciertos plazos).

Por último, y no por ello menos importante, está el tema de la homosexualidad, considerada por Ratzinger “obra del demonio”. También afirma que el matrimonio entre personas del mismo sexo es destructivo para la familia y para la sociedad.

A mí las referencias al demonio me dejan absolutamente impávido. No creo en el demonio, así como tampoco creo en ningún dios antropomorfo, material o que hable a través de fenómenos naturales como el fuego, el rayo o el trueno (¡y mucho menos en dioses oníricos que hablan a través de los sueños, todo eso me parece sin sentido!) pero siento una profunda curiosidad sobre los motivos profundos que puede tener alguien para temer que la unión legal entre dos personas del mismo sexo destruya la familia y la sociedad.

¿Será que piensa que este tipo de uniones tienen el mismo tono y color que los abusos profanos y escandalosos de los gobernantes de los estertores del Imperio Romano? Y si es así ¿Serán tan tontos los católicos como para creer que la caída del imperio fue castigo de un dios vengativo por el abuso en el disfrute de los placeres sensuales, en vez de ser una consecuencia clara y directa de la propia incapacidad de los gobernantes para administrar el imperio y coordinar las acciones necesarias para impedir el pillaje y ganar las guerras contra los enemigos? Si se necesita una demostración de que no fue por eso, baste con poner un contraejemplo: Alejandro el Grande, que era homosexual, borracho, lascivo y profundamente apegado al disfrute de los placeres sensuales pero que formó y mantuvo con mano férrea el imperio más grande de su época hasta el día de su muerte.

Pero la guinda del pastel que corona el Hijoeputado del Papa Ratzinger es la respuesta que dio en cuanto a la propuesta que Francia piensa llevar ante las Naciones Unidas para que se despenalice la homosexualidad en todos los países del mundo. Considera Ratzinger que esta medida va a crear “nuevas e implacables discriminaciones”, por ejemplo, que “los países que no acepten el matrimonio entre personas del mismo sexo serán criticados y objeto de presiones”. Salta a la vista que a Ratzinger le preocupa más el bienestar de las élites político-religiosas que gobiernan esos países que la vida de los homosexuales que son asesinados de iure en países como Irán, Arabia Saudí, Yemen o Somalia, o encarcelados de por vida en otros tantos como Pakistán, Bangladesh o Guyana.

Que quede constancia pública que el día que yo caiga en lecho de muerte no quiero tener cerca ningún sacerdote (con la excepción del padre Talavera que era amigo mío antes de ser cura, pero sólo en su condición de amigo y no de sacerdote). No soy católico y nunca lo seré y el único auxilio que necesita mi espíritu es la paz que da saber que estoy lejos de la pendeja mojigatería pseudomoralista e hipócrita de la iglesia. ¡El enemigo es Ratzinger!